Otro día, otra noche, otro mes que se escapa de tu vida y
sigues en el mismo valle en el que has pasado la mayor parte de tu vida. Sigues
contemplando desde la torre del castillo como pasa la vida; y estás cada vez
más atrapada, más herida, sola y aturdida.
Ha desaparecido el brillo de tus ojos, la inocencia que
siempre te acompañaba, las risas, los sueños, las volteretas en el césped
mientras intentabas apartar de tu frente los largos rizos que la cubrían. Ya no
sueñas a la luz de la luna mientras te columpias, ya no crees en príncipes
azules, ni en princesas. La realidad te ha calado tan fuerte que has perdido
todo lo que un día más admirabas de ti misma, tu capacidad de soñar, de volar a
otros mundos mientras dejabas bien atrás la triste y cotidiana realidad. Pero
el tiempo, el tiempo lo ha destruido todo, ha acabado con tus novelas, te ha
cortado los rizos y los hilos del columpio, ha roto las páginas del bonito
cuento y ha secado el césped de tu infancia. Te ha hecho despertar con un beso
maldito, como si de Bella Durmiente
se tratara y te ha dejado encerrada en este viejo y aislado castillo de la vida
donde cada día debes ponerte la armadura y enfrentarte a los monstruos de la
realidad y a las venenosas espinas de la vida.
Ya no buscas el amor, ni crees ya en su imparable fuerza, ya
no dejas que nadie se acerque a tu alma. Te has arrancado el corazón y lo
tienes escondido en el fondo del pozo para que así nadie lo encuentre y pueda
destrozarlo. Te has alejado de todo aquel que algún día pudo haberte amado, y
todo porque un día alguien decidió que no eras lo suficientemente buena como
para compartir contigo el libro en el que aparecía escrito tu poema.